Ciudad Espejo

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Lo que hacemos es reflejo de lo que somos y esto es especialmente cierto para los edificios y los espacios urbanos que son, ante todo, una construcción cultural. ¿Cómo somos entonces si nos vemos en el espejo que es la ciudad? La calidad de nuestros andenes indica que nos falta empatía, que importan poco los adultos mayores, los padres de familia que llevan sus niños en coches, las personas en silla de ruedas, los niños que van caminando junto a sus padres al colegio. Los andenes de Bucaramanga parecen un escenario para entrenar parkour, con obstáculos, postes, desniveles, texturas, algunos muy angostos y otros inexistentes. Los caminantes son los eslabones olvidados de la movilidad.

Siguiendo con el ejercicio, a juzgar por las quebradas y los ríos, nos falta coherencia: Nos rasgamos las vestiduras por el agua del páramo de Santurbán, pero le descargamos las aguas negras a nuestros ríos, convirtiendo en cloacas el rio Suratá, el río Frío y el Río de Oro, y con ello, más adelante al Magdalena. Marchamos y cantamos prestos bajo la consigna de "agua sí oro no", pero las quebradas y ríos que contaminamos con nuestras descargas mal tratadas también son agua y la necesitan santandereanos más abajo.

¿Y cómo somos si nos miramos en el reflejo de algunos edificios recientes? Vivimos una época en que cada uno cree portar un mensaje único e irrepetible, lo que consolida las bases para una ciudad en donde egos ávidos por sobresalir y hacerse notar estentóreamente han cimentado sus construcciones en arribismo, incultura estética y desdén por la historia local. Colman sus edificaciones de colores estridentes o las estructuran con fórmulas que evocan la arquitectura de otra parte (la de Miami, Dubái, Barcelona) y nombran a los edificios con palabras en otro idioma, usualmente en inglés.

Es dolorosamente contrastante que donde había una casa con valor arquitectónico, aparece una edificación enorme con vidrios reflectivos y luces de colores, que evocan más bien a un casino. Donde antes se veían los cerros, ahora está La Torre. Es como si desdeñáramos el sentido de urbanidad y unidad con el que se construyeron nuestros barrios originalmente, el sentido que le dio su apelativo a La Ciudad Bonita. Al paso que vamos, le estamos destruyendo a estos barrios su carácter, haciendo arquitecturas que contradicen el sentido del lugar. La crisis ya se está viendo en términos de transporte, pero es más profunda en términos de identidad.

Pero no todo es malo en aquel reflejo de la ciudad. También hay muchos ejemplos de que ha habido inteligencia y precaución. Uno de ellos es que en 1965 se creó la CDMB y se propuso controlar el fenómeno de la erosión con acciones coherentes, como la restauración ecológica de las escarpas erosionadas, convirtiéndolas poco a poco en un copioso bosque que hoy fortalece la estructura ecológica y que tuvo un efecto de contención en el suelo tan bueno, que prácticamente no tenemos que pensar en ello y lo damos por sentado.

Somos lo que hacemos, por tanto, ver la ciudad es vernos a nosotros mismos.



Alejandro Ordóñez Ortiz

9 de Noviembre de 2019

* Artículo publicado originalmente para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente http://m.elfrente.com.co/index.php?ecsmodule=frmstasection&ida=55&idb=102&idc=44361&fbclid=IwAR1hRHx4ZLKp_Vz-FiO1H1vvDwp6zifJPpnKkDkWQYAbkIkWEXE3xLaWq7Q