Recientemente un amigo me dijo: “los peores enemigos de los arquitectos son los políticos que se creen arquitectos”. Entrando en la conversación entendí que su punto hacía referencia a las presiones que existen sobre el oficio arquitectónico en Santander, sobre todo cuando se apunta hacia la consecución de obras públicas significativas, en donde la arquitectura mayoritariamente brilla por su ausencia.
El oficio de la arquitectura está a medio camino entre el arte y la técnica, y sobran definiciones, muchas poéticas y otras concretas. El más grande arquitecto de Colombia, el maestro Rogelio Salmona, decía que la arquitectura tiene que ver con la confluencia creativa entre historia y geografía, dirigida hacia la solución poética de las necesidades existenciales de la gente. Tristemente, esa definición profunda que da origen al ejercicio ético de la arquitectura, se ve fuertemente presionada por las ideas caprichosas y ególatras de algunos gobernantes de turno, quienes caen en un juego de creerse arquitectos y urbanistas -siendo mayoritariamente abogados o administradores-, y van gestando las pautas principales de proyectos insustanciales, descontextualizados, atiborrados de malas decisiones, mal gusto y abismal feúra. Basta asomarse por los más grandes (en metros cuadrados) proyectos turísticos de Santander: Panachi y el Santísimo, para ver cómo sus materiales y colores desentonan con el majestuoso, desértico, ocre y marrón Cañón del Chicamocha, y el verde, boscoso y biodiverso Cerro de la Judía respectivamente. El análisis del sitio, tan importante en la gestación de proyectos, parece no importar, pues la topografía inicial es fuertemente agredida en un proceso en el que retroexcavadoras y cientos de volquetas extraen tierra (facturando muchos viajes) aplanando en lo posible esos escenarios. ¿Y qué decir de la búsqueda estética de las construcciones? Seguimos enfrascados en la imagen cliché del “pueblito” o de un remedo del “high tech” totalmente contrarios a los sistemas espaciales que nos legó la historia colonial o al énfasis en los detalles constructivos resueltos con maestría en el expresionismo estructural. En resumen, en esas ecuaciones “creativas” que dirigen los gobernantes de turno jugando a ser arquitectos -y con la complicidad de quienes se pliegan a sus caprichos-, la arquitectura resulta ser la gran sacrificada.
Recientemente en Vanguardia, un columnista recomendaba a la Gobernación de Santander que los nuevos parques fueran diseñados por “afamados arquitectos del nivel nacional e internacional”. No estoy de acuerdo con esta recomendación, pues se presta para una escogencia sin pluralidad de oferentes y da la impresión que desestima el talento local. El gremio, mudo la mayoría de las veces, podría ser defendido por la SCA invitando a la realización de concursos abiertos que promuevan la elección de los diseños en franca lid para el desarrollo definitivo de los proyectos, en donde las ideas de Arquitectura con A mayúscula triunfen por encima de las ideas gastadas de políticos con mal gusto.
¿Se repetirá la historia con PAMUCA? ¿Será nuevamente la arquitectura la gran sacrificada en este nuevo capítulo de los proyectos con el sello Aguilar? Esperemos que no por el bien de nuestra cultura e identidad.
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* Artículo publicado para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente