Naranjas, mandarinas, piñas y manzanas. También sombrillas, aguacates y minutos a cualquier destino, junto a medias, raquetas para matar zancudos, blusas y leggins (con maniquí incluido). Más abajo las gafas de sol, los zapatos, el yacón, las billeteras, las correas y el almanaque Bristol. Flotadores y piscinas inflables, ropa, juguetes y parlantes bluetooth. Las espigas de trigo para la prosperidad, las astromelias y las estrellitas de Belén se acomodan junto a la promoción de cuatro pares de medias por cinco mil. “Mire el reloj sin compromiso joven, lo tiene a la orden”.
Carmen cuenta que antes trabajaba en estética, y que en cada corte se ganaba el 50%, pero “desde que llegaron los venezolanos el negocio se puso malo porque se regalan hasta por el 20”, con lo que le va mejor vendiendo las tiras transparentes que ella misma fabrica y que le dejan –“si el día está bueno”– unos treinta mil pesos, suficiente para pagar la cuota de un crédito gota a gota, el arriendo del cuarto que tiene en el Alfonso López y los gastos. Me cuenta además la historia de su hijo que es latonero y ahora también vende en la calle, pues el negocio de la latonería “se puso malo”.
Todo esto pasa en el Paseo del Comercio en Bucaramanga, una calle peatonal donde confluye la complejidad de la realidad económica, social y política de Colombia. Por décadas los vendedores ambulantes, emprendedores expulsados de la economía formal, han sido tratados de formas altisonantes: de la represión policiva han pasado a reubicaciones en lugares de poca afluencia; también han sido objeto de la indiferencia que lleva implícito el “hacerse el pingo”, y recientemente, se han definido planes de aprovechamiento económico del espacio público que no han salido como se esperaba. En este panorama, el emprendimiento informal ha crecido sin pausa en este Paseo, y cualquier día está atiborrado de ofertas y compradores de todo tipo.
¿Por qué han prosperado tanto estas ventas y por qué han fracasado las políticas en torno a regular este mercado informal? ¿Por qué no se formalizan estas personas? ¿Qué influencia tiene la diáspora venezolana en este fenómeno? Estas preguntas deberían ser resueltas por las autoridades encargadas de pensar el futuro urbano. El espacio público existe en todos los países, pero solo en donde las economías son precarias este se suele ocupar por vendedores ambulantes, pues la gente se lanzará a montar negocios en la precariedad de las calles si su necesidad lo demanda. Quizás una solución a este fenómeno no se encuentre enmarcada sólo en ese espacio urbano, sino que también, como decía Rothbard “la mejor manera de ayudar a los pobres es reducir los impuestos y permitir que el ahorro, la inversión y la creación de empleos continúen sin obstáculos”. Esto aplica no sólo para aquellos emprendedores en las calles que podrían hacer la transición a microempresas, sino para los empresarios que intentan crecer para generar así más empleos formales.
Alejandro Ordóñez Ortiz
* Artículo publicado para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente / 21 de Diciembre de 2019