Ciclorrutas en Bucaramanga, Parte I

Para Bucaramanga se trazó el primer proyecto de ciclorrutas en 2010, cuando la Escuela de Ingeniería Civil de la UIS, la Alcaldía de Bucaramanga y la Sociedad Santandereana de Ingenieros desarrollaron el Plan Maestro de Movilidad de Bucaramanga 2010– 2030. Un documento que condensa los aspectos más problemáticos del transporte en la ciudad, y en el que se proponían proyectos para solucionarlos: redes peatonales, optimización de infraestructura, mantenimiento vial, etc. La propuesta 12.1 del plan que visionaba la movilidad estableció la importancia de una Red de Ciclorrutas con tres distintas vocaciones: una estudiantil, que conectara instituciones educativas, otra de conectividad urbana desde zonas residenciales hacia polos de concentración de empleo y una recreativa y ambiental, relacionada con la escarpa occidental y parques existentes.

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Como se trataba de un Plan Maestro, el trazado estaba formulado para complementar otros sistemas estructurantes de la ciudad, por ejemplo, la red iba por vías de bajo flujo vehicular, era complementaria al SITM Metrolínea y se articulaba a dinámicas de centros urbanos, de servicios, equipamientos, etc. Cuatro años más tarde, en 2014, el POT acogió aquel trazado con miras a integrarlo a un proceso de planificación coherente. Entonces, ¿qué se hizo todo ese esfuerzo?

En 2018 ONU-Hábitat recetó para Bucaramanga un proyecto conocido como La Estrategia de la Bicicleta, que definió un trazado nuevo para las ciclorrutas, muy distinto al anterior. La red actual se ha planteado por vías de alto flujo vehicular, en zonas de intensa actividad comercial como las  Calles 33 y 36, y Carreras 35, 35ª, 29 y 21. La estrategia de la ONU incluyó reducciones de la calzada vehicular a partir de separadores rígidos (bordillos) que imposibilitan el paso de vehículos, incluso los de atención de emergencias, y conllevan a que en el único carril disponible nadie se pueda estacionar temporalmente, así sea para llevar a cabo necesarios cargues y descargues de mercancías.

Los problemas del trazado de las ciclorrutas definidos por  ONU-Hábitat  se revelaron al iniciar obras. La gente vió las dificultades para la entrada y salida de mercancías de sus negocios, en un país en el que hacer empresa es una odisea. Otros vieron cómo ahora tendrían una ciclorruta pero continuarían su vida barrial sin andenes. Incluso, no entendían cómo iban a entrar al garaje de su propia casa. Fue así como estalló el conflicto social y la comunidad representada por líderes de base reclamó sus derechos vulnerados, y a través de la Personería logró que se instaurara una Acción Popular para frenar las obras.

Al Juzgado 13 Administrativo le correspondió conocer la Acción Popular. Y allí en el estrado, el anhelo de la ciudadanía por encontrar la garantía de sus derechos se materializó. El Juzgado decretó un peritaje técnico, del que encargó a la Escuela de Ingeniería Civil de la UIS, con profesionales expertos en ingeniería de tránsito y transporte. El informe, nada alentador, fue entregado en marzo de este año, y le da en gran medida la razón a la comunidad, como explicaré en la segunda entrega sobre este tema.

Alejandro Ordóñez Ortiz

Artículo publicado para la Fundación PARTICIPAR / Diario EL FRENTE.  Martes 7 de Julio de 2020

https://www.elfrente.com.co/web/index.php?ecsmodule=frmstasection&ida=55&idb=102&idc=52950

Bucaramanga amnésica

La planificación urbana de Bucaramanga en los últimos años ha estado caracterizada por una singular amnesia: los marcos normativos y los proyectos urbanos suelen llegar desde una noción externa, casi siempre en código de imposición, sin diálogo real, desestimando la cultura local y la propia historia, aquello que nos caracteriza.

Ejemplo de ello es el listado que define los bienes de interés cultural en el Plan de Ordenamiento Territorial de segunda generación de Bucaramanga (POT-2G), el cual no contempló las casas de invaluable arquitectura moderna (1950 – 1970) que vienen siendo derribadas desde hace aproximadamente dos décadas. Esto, para incentivar la construcción en altura, jalonada en gran medida por los intereses de constructoras locales, que han logrado influenciar -por no decir torcer- la normativa urbana para favorecer negocios inmobiliarios. Y qué bueno que existan constructoras, claro que sí, y qué bueno que fomenten una economía fuerte que genera empleo y bienestar, pero aquello no puede ser a costa de cargarse algo tan valioso como la memoria urbana y parte de la identidad de una ciudad.

En ese sentido, hoy más que nunca es preciso definir medidas puntuales para favorecer la conservación de los pocos bienes inmuebles que aún quedan. La medida más importante y urgente es que puedan ser incluidos en el listado de patrimonio cultural en la próxima revisión del POT, pero también muy importante, es definir exenciones tributarias (reducción significativa del impuesto predial o bajar el estrato de esas edificaciones) para persuadir a que nuevos negocios o nuevos residentes se establezcan, siempre y cuando conserven estos fragmentos de valiosa arquitectura.

La Bucaramanga amnésica no sólo se hace presente en relación al patrimonio cultural inmueble. Por desgracia, se ha venido extendiendo a muchos otros ámbitos del desarrollo de la ciudad, como la gentrificación forzada desde la norma (ver mi artículo El Mico del POT), la ausencia de planificación a escala barrial, el menosprecio por el paisaje urbano definido a partir de las alturas edificatorias, el desdén constante frente a la evolución de los barrios y sus dinámicas socio económicas, etc.

Esta amnesia amparada desde la normativa viene convirtiendo a la Bucaramanga “bonita” de antaño en un creciente Frankenstein: a falta de un modelo de ciudad se construyen proyectos desarticulados a la medida de fugaces inspiraciones de burócratas de turno. Es insostenible avanzar sin memoria y sin planificación. Es necesario saber hacia dónde queremos ir mediante un modelo de ciudad que defina un rumbo de intenciones concertadas, donde la historia urbana esté presente junto con el diálogo de distintos actores sociales y expertos que, a través de la argumentación y retroalimentación, nos permita avanzar hacia la ciudad que anhelamos.

Esa es la oportunidad que ofrece una revisión crítica del POT-2G. No la desaprovechemos. Salgamos de la Bucaramanga amnésica mediante la participación ciudadana.


Alejandro Ordóñez Ortiz

*Articulo escrito para la sección de opinión de la Fundación Participar en el Periódico El Frente



Casa de arquitectura moderna en Bucaramanga (Cra 38)

| Fotorgrafía: A.Ordóñez Arquitectura 2020

No sólo el componente espacial en la arquitectura moderna en Bucaramanga es destacable, los trabajos de ornamentación de la época son excepcionales en muchas de estas viviendas | Fotorgrafía: A.Ordóñez Arquitectura 2020

EMPRENDEDORES EN LAS CALLES

Naranjas, mandarinas, piñas y manzanas. También sombrillas, aguacates y minutos a cualquier destino, junto a medias, raquetas para matar zancudos, blusas y leggins (con maniquí incluido). Más abajo las gafas de sol, los zapatos, el yacón, las billeteras, las correas y el almanaque Bristol. Flotadores y piscinas inflables, ropa, juguetes y parlantes bluetooth. Las espigas de trigo para la prosperidad, las astromelias y las estrellitas de Belén se acomodan junto a la promoción de cuatro pares de medias por cinco mil. “Mire el reloj sin compromiso joven, lo tiene a la orden”. 

Carmen cuenta que antes trabajaba en estética, y que en cada corte se ganaba el 50%, pero “desde que llegaron los venezolanos el negocio se puso malo porque se regalan hasta por el 20”, con lo que le va mejor vendiendo las tiras transparentes que ella misma fabrica y que le dejan –“si el día está bueno”– unos treinta mil pesos, suficiente para pagar la cuota de un crédito gota a gota, el arriendo del cuarto que tiene en el Alfonso López y los gastos. Me cuenta además la historia de su hijo que es latonero y ahora también vende en la calle, pues el negocio de la latonería “se puso malo”.

Todo esto pasa en el Paseo del Comercio en Bucaramanga, una calle peatonal donde confluye la complejidad de la realidad económica, social y política de Colombia. Por décadas los vendedores ambulantes, emprendedores expulsados de la economía formal, han sido tratados de formas altisonantes: de la represión policiva han pasado a reubicaciones en lugares de poca afluencia; también han sido objeto de la indiferencia que lleva implícito el “hacerse el pingo”, y recientemente, se han definido planes de aprovechamiento económico del espacio público que no han salido como se esperaba. En este panorama, el emprendimiento informal ha crecido sin pausa en este Paseo, y cualquier día está atiborrado de ofertas y compradores de todo tipo. 

¿Por qué han prosperado tanto estas ventas y por qué han fracasado las políticas en torno a regular este mercado informal? ¿Por qué no se formalizan estas personas? ¿Qué influencia tiene la diáspora venezolana en este fenómeno?  Estas preguntas deberían ser resueltas por las autoridades encargadas de pensar el futuro urbano. El espacio público existe en todos los países, pero solo en donde las economías son precarias este se suele ocupar por vendedores ambulantes, pues la gente se lanzará a montar negocios en la precariedad de las calles si su necesidad lo demanda. Quizás una solución a este fenómeno no se encuentre enmarcada sólo en ese espacio urbano, sino que también, como decía Rothbard “la mejor manera de ayudar a los pobres es reducir los impuestos y permitir que el ahorro, la inversión y la creación de empleos continúen sin obstáculos”. Esto aplica no sólo para aquellos emprendedores en las calles que podrían hacer la transición a  microempresas, sino para los empresarios que intentan crecer para generar así más empleos formales.


Alejandro Ordóñez Ortiz

* Artículo publicado para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente / 21 de Diciembre de 2019

La ciudad importada*

El nuevo desarrollo urbano requiere de adaptación a fenómenos como el cambio climático o el acelerado proceso de urbanización global. Se busca, mediante agendas internacionales traídas a lo local, que las ciudades sean coherentes con la pirámide de la movilidad sostenible, en donde andenes y ciclo-rutas permitan desplazamientos a pie y en bicicleta que sean protagónicos, posibles y seguros; que las urbes puedan incorporar respetuosamente a la flora y fauna local, incentivando la siembra de árboles nativos y salvaguardando zonas de protección; que los centros urbanos se dinamicen y que vuelva la vida residencial; que se atienda al problema de la planificación, desde la escala metropolitana y la de comunas y los barrios, entendiendo sus problemáticas y dotándolos de infraestructuras que incrementen la calidad de vida, a la par que se reduzcan los desplazamientos motorizados; y que la expansión urbana pueda hacerse de forma inteligente, creando sub-centros y evitando crear periferias miserables.

En las ciudades intermedias, los anteriores principios, todos loables, son adoptados por gobiernos locales con un discurso político excesivamente cargado de imaginarios idílicos, con referencias recurrentes hacia el primer mundo. Es entonces cuando se citan las experiencias genéricas de Ámsterdam y Barcelona, y de cómo Medellín y Bogotá han avanzado en lucir como ciudades europeas que algún mandatario visitó en sus vacaciones. Paradójicamente, ese futuro importado no viene acompañado de pedagogía urbana o de un análisis de lo que somos, de nuestra historia y mucho menos de nuestra geografía. Siempre “el futuro” está en otra parte, nos llega desde arriba. Ese parece el estribillo de los gobernantes que hemos tenido en las últimas dos décadas. Pronto, esas imágenes del primer mundo devienen en proyectos, y es aquí donde suele darse una bifurcación de caminos si el proyecto en sí mismo ha sido mal concebido (al no haber atendido el contexto y la complejidad local), tal como es el caso del proyecto de ciclo infraestructura para Bucaramanga:  por una parte, el discurso político se queda rebobinando aquella fantasía imaginada, pataleando y culpando a otros de por qué aquella fantasía del primer mundo no se cumplió, y por otra, los aspectos normativos, técnicos y constructivos se van estrellando unos tras otros de bruces contra la realidad misma.

En este panorama, es preciso encontrar soluciones a nuestras problemáticas urbanas cuidándonos de imágenes y modelos foráneos aplicados sin pensamiento crítico. Se requiere hoy más que nunca encontrar mecanismos de participación que promuevan soluciones integrales a cada una de nuestras realidades, tomando aquello que nos sirve y que pueda ser aplicado sin generar traumas mayores a los ya existentes.

Un proyecto mal planificado es ante todo una oportunidad perdida.


Alejandro Ordóñez Ortiz

19 de Septiembre de 2019


* Artículo publicado originalmente para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente http://m.elfrente.com.co/index.php?ecsmodule=frmstasection&ida=55&idb=102&idc=42625&fbclid=IwAR2-S3oMBH1Y4n_24PAY5vsNU_d2H1sKvmOCjR1uRI1tVQsoZ5MoaFlXhrU

CICLO-INFRAESTRUCTURA EN BUCARAMANGA - PARTICIPACIÓN EN EL PROGRAMA RADIAL "PIDO LA PALABRA" -

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Programa radial Pido la Palabra de la Fundación Participar, con la participación del filósofo Iván Leal (Líder de la Junta de Acción Comunal de la Comuna 15 - Centro de Bucaramanga) y el arquitecto Alejandro Ordóñez Ortiz, director de A. Ordóñez Arquitectura.

El programa trató sobre el proyecto de 17.4 kms de ciclo infraestructura que adelanta la Alcaldía de Bucaramanga en la ciudad. El arquitecto Ordóñez aportó elementos técnicos y críticos para el debate, haciendo énfasis en cómo el proyecto en cuestión tiene falencias en cuanto a la lectura del territorio, en aspectos relativos a la evolución de algunos sectores en Bucaramanga y sus estructuras prediales, así como aspectos de funcionalidad ligados a la relación que existe entre las vías y los usos y actividades urbanas.

Lo invitamos a escuchar el audio del programa en el siguiente link 👇👇👇


Ciudad abierta, el legado de Rafael*

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Con mis estudiantes de arquitectura solemos hacer recorridos urbanos, buscando conocer de cerca obras valiosas en Bucaramanga. Las opciones no suelen ser muchas, debido a la precaria valoración del patrimonio que hemos sufrido durante décadas, pues gran parte de las mejores edificaciones que tenía la ciudad ya no están, o bien porque han sido remplazadas por edificios frívolos -producto de la implacable voracidad del mercado inmobiliario-, o bien porque se han transformado de manera desafortunada.

Así las cosas, el último recorrido fue al Campus de la UNAB en el barrio El Jardín. De ésta obra del arquitecto santandereano Rafael Maldonado Tapias se puede decir muchas cosas, muchas ya dichas por los arquitectos Silvia Arango y Alirio Rangel en el libro "Legado"–y más recientemente, por el hijo del arquitecto, el cineasta Lucas Maldonado Loboguerrero- en un libro sobre la vida y obra de su padre. ¿A dónde voy con esto? A que el recorrido por la UNAB permite ver que el sitio contiene una fuerza tal, que incluso hoy, tras años de reformas (muchas de ellas excesivas y desafortunadas con la concepción original) conserva aún el eco de las decisiones tomadas por el arquitecto, que significan hoy para todos, así no lo sepamos, un gran patrimonio que debemos valorar.

Por ejemplo, el campus consolida un modelo de ciudad abierta, sin un "acceso con portería y portero". Abierta por todos sus flancos, conectando al exterior sin restricciones. Esta decisión es probable haya sido producto de las férreas posturas de la generación de arquitectos de la Universidad Nacional de los años sesenta, que defendían a -capa y espada (pero con argumentos) el "hacer ciudad", y que entendían que para ello el espacio público era primordial. Otro factor es la lectura respetuosa de las prexistencias del lugar. Allí, Rafael Maldonado nos dejó un ejemplo de cómo las edificaciones pueden coexistir con el ecosistema natural, conservando árboles caracolíes y ceibas de más de 60 años de antigüedad que allí estaban y hoy permanecen.

El Campus UNAB permite a los vecinos pasar y disfrutar una suerte de parque acompasado de aulas, conectando un barrio con otro. Esto es urbanismo real y estratégico (que no táctico), con la fuerza de lo que está pensado para durar.

¡Cuánto tenemos que aprender de ejemplos buenos del pasado en términos de ciudad! ¡Cuántas ideas hemos olvidado, hipnotizados en los estanques turbios que nos parecen profundos!


Alejandro Ordóñez Ortiz

Jueves 4 de Julio de 2019


ACTUALIZACIÓN 20-11-2022

COMPARTIMOS EN LA SIGUIENTE GALERÍA ALGUNAS IMÁGENES DE ARCHIVO DE A.ORDÓÑEZ ARQUITECTURA DE LA ANTIGUA ESCALERA QUE CONDUCÍA A LA PLAZA MAYOR Y DEL ANTIGUO EDIFICIO DE BIBLIOTECA, facultad de música y edificio administrativo, todas obras DEL ARQ. RAFAEL MALDONADO TAPIAS.

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* Artículo publicado originalmente para el espacio de opinión de la Fundación Participar en el Diario El Frente

http://www.elfrente.com.co/web/index.php?ecsmodule=frmstasection&ida=55&idb=102&idc=39713&fbclid=IwAR1uevEmK2tWH1RqQcyjPJm7m1ljVCYxk10hBNalO9QkHo1CrS6y0nk-sCM

Como un dolor de muelas *

La nostalgia urbana se vuelca sobre las fotografías de la Bucaramanga de antaño.  Muy a nuestro pesar, en muchas de las fotos del pasado se percibe más que hoy el orden propio de la planificación. La ciudad y su imagen era más clara, más rigurosa, con más unidad y para muchos, más acorde al apelativo de “la ciudad bonita”. Tomemos un ejemplo concreto; los paramentos (que son los límites de las edificaciones en relación a la calle) se planeaban respetando una línea continua, formando así perspectivas y visuales muy bien definidas.  Hoy en cambio, en distintas zonas de Bucaramanga se obliga a las obras nuevas a realizar retrocesos frontales que castigan fuertemente a los propietarios, pero más grave aún, se están produciendo con ello retranqueos de la línea de paramento, cuestión que deriva en que se generan “muelas” entre lo antiguo y lo nuevo, fomentando seriamente la percepción de temor y de inseguridad de quienes habitan la ciudad; pues una calle sin perspectiva clara y con posibles escondites, es una calle que nos parecerá naturalmente más insegura. Esta situación surgió a partir de la última modificación al POT (año 2014) -proceso que fue liderado por las dos alcaldías anteriores-, y afecta toda construcción nueva que se plantee hoy en el Centro, o en el barrio Antonia Santos, o en los bordes de la Av. Quebradaseca, la Cra 9na y la Cra 27.

Ahora bien, si la construcción de nuestra ciudad en sectores está colaborando a incrementar la percepción de inseguridad, ¿puede eso tener implicaciones con respecto a una mayor degradación de áreas céntricas?, ¿puede eso incluso menoscabar la capacidad de creación de nuevos emprendimientos, y por ende de empleos? Es muy probable que así sea, pues tal es la complejidad de lo urbano, en donde las cosas no están sueltas, sino que se relacionan como un sistema.  

En el tiempo de los hombres se suele decir que nunca es tarde para remediar algo, y dependiendo de la voluntad esto puede ser cierto. En el tiempo de las ciudades es un poco distinto. Los errores de planificación que se cometen pueden afectar a miles de personas incluso durante siglos, y es así como forjamos nuestro futuro. Quizás no sea tarde, pero urge una revisión crítica de este y otros muchos aspectos, para asegurar hacia dónde nos dirigimos como ciudad.

Alejandro Ordóñez Ortiz

Miércoles 5 de Junio de 2019

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* Artículo publicado en el espacio de opinión de la Fundación Participar. para el Diario El Frente

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