La planificación urbana de Bucaramanga en los últimos años ha estado caracterizada por una singular amnesia: los marcos normativos y los proyectos urbanos suelen llegar desde una noción externa, casi siempre en código de imposición, sin diálogo real, desestimando la cultura local y la propia historia, aquello que nos caracteriza.
Ejemplo de ello es el listado que define los bienes de interés cultural en el Plan de Ordenamiento Territorial de segunda generación de Bucaramanga (POT-2G), el cual no contempló las casas de invaluable arquitectura moderna (1950 – 1970) que vienen siendo derribadas desde hace aproximadamente dos décadas. Esto, para incentivar la construcción en altura, jalonada en gran medida por los intereses de constructoras locales, que han logrado influenciar -por no decir torcer- la normativa urbana para favorecer negocios inmobiliarios. Y qué bueno que existan constructoras, claro que sí, y qué bueno que fomenten una economía fuerte que genera empleo y bienestar, pero aquello no puede ser a costa de cargarse algo tan valioso como la memoria urbana y parte de la identidad de una ciudad.
En ese sentido, hoy más que nunca es preciso definir medidas puntuales para favorecer la conservación de los pocos bienes inmuebles que aún quedan. La medida más importante y urgente es que puedan ser incluidos en el listado de patrimonio cultural en la próxima revisión del POT, pero también muy importante, es definir exenciones tributarias (reducción significativa del impuesto predial o bajar el estrato de esas edificaciones) para persuadir a que nuevos negocios o nuevos residentes se establezcan, siempre y cuando conserven estos fragmentos de valiosa arquitectura.
La Bucaramanga amnésica no sólo se hace presente en relación al patrimonio cultural inmueble. Por desgracia, se ha venido extendiendo a muchos otros ámbitos del desarrollo de la ciudad, como la gentrificación forzada desde la norma (ver mi artículo El Mico del POT), la ausencia de planificación a escala barrial, el menosprecio por el paisaje urbano definido a partir de las alturas edificatorias, el desdén constante frente a la evolución de los barrios y sus dinámicas socio económicas, etc.
Esta amnesia amparada desde la normativa viene convirtiendo a la Bucaramanga “bonita” de antaño en un creciente Frankenstein: a falta de un modelo de ciudad se construyen proyectos desarticulados a la medida de fugaces inspiraciones de burócratas de turno. Es insostenible avanzar sin memoria y sin planificación. Es necesario saber hacia dónde queremos ir mediante un modelo de ciudad que defina un rumbo de intenciones concertadas, donde la historia urbana esté presente junto con el diálogo de distintos actores sociales y expertos que, a través de la argumentación y retroalimentación, nos permita avanzar hacia la ciudad que anhelamos.
Esa es la oportunidad que ofrece una revisión crítica del POT-2G. No la desaprovechemos. Salgamos de la Bucaramanga amnésica mediante la participación ciudadana.
Alejandro Ordóñez Ortiz
*Articulo escrito para la sección de opinión de la Fundación Participar en el Periódico El Frente